Como si un sembrador
desatento
hubiera arrojado
sus semillas,al azar,
aquel humilde árbol
surgió inopinadamente.
Aún lo veo ahí
perfilando el estrecho sendero
detrás de la casa,
combado,
yaciendo en el vacío;
el cerezo de mi infancia
me esperaba,paciente,
mientras septiembre
maduraba membrillos.
No siempre fue así
encorvado,casi olvidado,
y viejo,
cuando era tán fácil
trepar su cuerpo,
piélago de sueños,
cabalgar a horcajadas
su lomo domado por el tiempo.
Primero le acompañó
la fuerza de su tronco leñoso
imponiéndose erguido
desafiando cierzos y ábregos
- que no llegaron nunca -
vientos del Atlántico
- que si vinieron -
vientos de agua
y otros vientos.
Todavía enhiesto.
La sombra del cerezo
- que me asilaba -
era pesada,sombra
de hojas oblongas,
acuminadas,
destelleantes al murmullo
de la brisa,a punto de caer
la tarde arrebolada,
el aire del verano
devolvía ecos de voces
infantiles
despreocupadas.
Hilvano con fino hilo
de memorias
- la mía,la nuestra -
prendidos de alfileres
retales que no sobran.
Puntada a puntada
prendo hábilmente
miradas y voces
rostros de otros
que estuvieron allí
al pie del cerezo.
Como si un encantador
descuidado
hubiera invocado sortilegios
- ya presagiaba el cuclillo
largas noches de vuelo -
un día de tantos,
asombrosamente,
cerezo e infancia
se fueron.
(Gijón. Junio 2008)
No hay comentarios:
Publicar un comentario